Volverán

Hoy fue un día extraño en Buenos Aires. El sol en la mañana traía la lluvia incorporada al cuerpo, en presagio. Cuando lo supe dentro mío tomé la foto. La primera tormenta -hubo varias a lo largo del día- se adivinó cerca de las cuatro de la tarde. Fue cuando el aire se detuvo en un silencio infinito. Me sumergí desde mi balcón en esa quietud cálida y sospechosa a la espera.

A lo lejos una nube gris comenzó a acercarse en dirección al norte, oscureciendo apenas una franja del cielo que por detrás seguía brillando en sus azules. Observé esa masa gris informe con curiosidad, algo se movía por debajo de ella. ¡Eran pájaros! Una enorme bandada desordenada que jugaba mojándose en la lluvia.

Corrí a avisar a mis hijos. Los cuatro participamos maravillados de un instante absolutamente perfecto. La nube pasó derramando fuertes gotas de lluvia por encima de nuestra cabeza, los pájaros extendiendo sus alas salpicadas, cuarenta, cincuenta, sesenta... intenté contarlos y al observarlos más detenidamente caí en la cuenta...

¡Las últimas golondrinas! Se iban de Buenos Aires las últimas golondrinas que quedaban. Las mías -que hacen su nido en el extractor de aire- se fueron a principios de febrero. Estas debían estar rezagadas. Parten hacia California y si todo sigue su curso volverán en los primeros días de septiembre.

Fue un instante tan perfecto que para cuando fui a buscar la máquina de fotos ya era tarde, apenitas capté estas poquitas que iban detrás... La nube se las llevó. Sentí a un mismo tiempo pena en la improvisada despedida. Y una enorme gratitud por haber sido testigos impensados del fluir rítmico del no tiempo.