Bello Abril

Nos pasan tantas cosas en la vida, que si aparece el sol hay que dejarlo pasar... Abril, otra vez, para que no tengamos soledad. Y las violetas que coronan tu tristeza y las guirnaldas de tu inmensa soledad sos tan hermosa que jamás vas a dejar de brillar así aquí o allá... Sos parecida a los planetas que se mueven por ahí que no podés parar ya nunca de girar... Para que no tengamos soledad... para que no tengamos nunca más soledad... Fito Paez.

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Nombre: Abril Lech
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

viernes, agosto 01, 2014

Silvina Garré y Juan Carlos Baglietto, 25 años después.


Cantar, cantar, cantar,
con la necesidad de la primera vez.
Cantar, cantar, cantar,
para llegar a ser como una sola voz
.”
José Ordaz Aguilera

 Pasaron 25 años y la magia sigue intacta. Muchos la revivimos en las distintas presentaciones que hicieron desde el 26 de Abril en el Teatro Ópera de la calle Corrientes, en Buenos Aires. Otros desde los distintos teatros en los que posteriormente se presentaron: Rosario, Córdoba, Mendoza. Ahora vuelven al Luna Park. El 7 de Agosto. Como aquella vez, hace 25 años atrás. Vení, acercate que te cuento cómo lo vivimos muchos de nosotros. Era en Abril...


Qué lujo de público! Cariñoso, refinado, apasionado, afinado!!! ;-))
El reencuentro con Juan, hizo posible que mi vida sea aún más dichosa.
Vivimos todos un clima de hermandad y enamoramiento.
Y desde esa unión, tocamos y cantamos, para ustedes y para nosotros.

Y nos sentimos en casa.

Porque la Música es el hogar más seguro y más bello.”

Silvina Garré

Con la necesidad de la primera vez


Parados en el centro del escenario, en blanco y negro, alzan unidos las manos, expanden sus voces al infinito y entregan el alma hasta vaciarse. Inmenso es el aplauso final, que se extiende al hall del Ópera cuando las luces del escenario ya se han apagado. Los murmullos caminan inquietos, fervorosos, risas adolescentes que se empujan hacia la avenida Corrientes. Son los días de 1989. Más tarde sobreviene el silencio. En el teatro, en las cuerdas y en los teclados. Un silencio que se extiende por días, meses y años. Veinticinco años. Intervalo necesario hasta volver a verlos cantar juntos. 


El tiempo se ha cumplido porque han regresado las ganas, el entusiasmo y la oportunidad. Los sitios que nos convocan parecen los mismos, aún cuando los encontremos cambiados. Nosotros somos aquellos chiquilines desordenados que la vida ha convertido en personas responsables, o en fallidos intentos por serlo. Construimos toda una historia en estos años. 

(foto de Verónica González)

Mientras sigo a la acomodadora hasta mi asiento presto atención a los comentarios que escucho a mi paso. Gente que comparte sin pudor las circunstancias personales que los trajo hasta este momento de reencuentro. Somos muchos quienes estuvimos presentes alguna de aquellas noches en que Silvina Garré y Juan Carlos Baglieto, dos de las voces más emblemáticas  de la  trova rosarina, cerraron su exitosa gira de conciertos en el Teatro Ópera y en el Estadio Luna Park. Tal vez por eso es que creo notar que todos llegamos con la carga emocional de la evocación, antes del comienzo mismo del espectáculo.

 Ahí estamos, nuevamente. Ellos y nosotros. Cuando salen al escenario todo es desborde. Entran silenciosos en la penumbra quebrada por gritos y aplausos, se sientan en sus lugares, acomodan el cuerpo. Baglieto dibuja los primeros acordes en su guitarra, comenzando un clásico que ha silenciado por un período largo: “Era en abril”, de Jorge Fandermole, aquel tema que los consagró en el Festival de La Falda de 1982, cuando apenas tenían 20 años.  


La luz ilumina progresivamente la escena. Silvina está sentada a su derecha, preciosa con un largo cabello rubio, tan distinta de aquellos rulos revueltos y oscuros de otras épocas. De largo en color negro, delgadita como siempre, inmensa en la dulzura de los acordes del tema que en su voz comienza a partir de la tercera estrofa: “Yo le había hecho una blanca canción…”. 

La gente aplaude y grita, repitiendo el homenaje en cada estrofa, sin poder creer que, por fin, allí estén. Nuevamente unidas las voces y el alma. La emoción sobrevuela el aire. Algunos dibujamos la letra con los labios, otros reviven momentos que resbalan como lágrimas. No es tristeza. Es reencuentro.

 
Claro, no somos los mismos. Nos pasaron 25 millones de cosas. Pero cada nota nos invita a recordar quiénes somos, más allá de lo vivido. Y como la intención es disfrutar la síntesis natural de la vida, a esta invocación inicial del amor entre una nube y un pez volador, le sigue “Me asomo” de Olga Román que acompañó a Juan en las presentaciones de los últimos años. “Me asomo a la vida nueva / para conjurar el tiempo / me asomo a ver tus preguntas / y decir que si otra vez.” El teatro Ópera en pleno: público, músicos, instrumentos y cantantes, diciendo que sí.



Los temas se continúan entre la novedad y la nostalgia. Durante más de dos horas viajamos junto a Silvina Garré y Juan Carlos Baglietto por los rincones perdidos de nuestra adolescencia. Un clásico de clásicos, y las voces de ambos entonan “Canción del Pinar”. Impecables, como siempre, mejor que siempre. Este tener alrededor nuestro “quién berree nuestros nombres y mucha sombra por dar” nos significa, nos representa, habla de lo que deseábamos en aquel momento y de lo que somos en este aquí en que cantamos con ellos, en el armonioso ahora que estalla en cada aplauso, confirmando el verso.


Litto Nebbia, padre indiscutible de la trova rosarina, está virtualmente presente cuando el dúo comienza “Quien quiera oír que oiga”. Posiblemente la verdadera historia sea ésta, la de los artistas encarnando las historias de la gente, en forma simple, sencilla, honesta y comprometida.

El homenaje a Buenos Aires, que luego se repetirá como inmejorable muestra de gratitud, inicia cuando Baglietto entona, por primera vez en público, una canción que le pertenece a Silvina, “En blanco y negro”, tema de amor a la ciudad que los dejó contar. Y como es el amor el que en estos momentos se derrama entre notas e instrumentos, la evocación de las madres en “Señalada por el índice del sol” es un regalo delicioso para los que presenciamos esta ceremonia musical.





Luego Silvina queda sola en el escenario compartiendo momentos íntimos de comunión con su público. Toma la guitarra y nos regala una bellísima versión de un tema de Pedro Guerra, “Hogar”, donde la ternura de su voz todo lo ilumina. 

Al terminarlo nos cuenta un poco temblorosa: “Estoy muy emocionada, muy feliz. Ayer estaba pensando que estos días van a ser seguramente de los más felices de mi vida -el aplauso espontáneo del público la interrumpe, ella asiente con la cabeza antes de continuar- “Por muchas razones. Por seguir haciendo lo que me gusta, de la manera que quiero, sin traicionarme, durante todos estos años. Por haber respetado la música, y por haberlos respetado a ustedes -sus palabras suenan testimoniales- …y sobre todo, en estos días, por tener a mi lado a este compañero de lujo desde que comencé a cantar…  que es un ser único, iluminado… al que respeto, quiero y admiro de todo corazón.”



Crecen los aplausos y el recuerdo de aquellos jóvenes que en los comienzos compartían por igual su vida y su amor por la música. Silvina entonces se pone de pie y se acerca el piano. Alguien le grita –“¡¡¡Guapa!!!”- y ella, entre bromas, agradece. Introduce el tema, de sus trabajo como solista en “El deseo” y rubrica sus dichos con estos versos: “Te extrañaré, me extrañarás, lo que nos mata no es tan fácil de olvidar. Me perderé y te perderás, los buenos tiempos, madrugadas para amar.



Es el turno del regreso de Baglietto al escenario. Fusionados nos brindan belleza pura con los acordes de “Cajita de música” y “Qué son esas palabras”. Estos dos temas formaban parte de aquella placa con la que todos recordamos la gira en el 89 “En vivo en el Teatro Ópera”, y que por tanto no podían faltar en este recital. Los temas tienen increíbles arreglos que nos permiten disfrutarlos con sonoridad renovada. Detrás millones de imágenes forman un marco perfecto con las luces de la música nueva. Azules, amarillos, rojos, tonalidades en el aire y el gesto, por momentos iluminando nuestras sonrisas, nuestras lágrimas, nuestros aplausos.
 

Cuando Juan queda solo en el escenario convoca a su hijo Julián. Ambos expresan su amor por Rosario cantando “Adoquines en tu cielo”, y a Buenos Aires cuando entonan “Una vuelta más”. Complicidad tierna, padre e hijo, ambos impecables en lo esencial. En Julián los hijos de todos nosotros. Algunos de ellos, al igual que en el escenario, acompañan a sus padres en las plateas. Julián es un símbolo perfecto del paso de los años y su regalo. Es mucho más que su voz. Es su presencia.



Y como esto es una fiesta llega el momento de bailar cuando Silvina regresa al escenario y juntos deshilachan el tema de Pedro Guerra, porque ha pasado mucho río “Debajo del Puente”, son los primeros en bailar en mitad del tema. Las manos de todos nosotros aplauden y comienzan a seguir el ritmo musical. Se desatan completamente en el tema que le sigue “Casi una zamba”, de la propia Silvina y disfrutan sin pudor la “Historia de mate cosido”.


Todo ahora es alegría, aún en la nostalgia de la memoria. Porque finalmente, como ellos bien nos lo recuerdan, “sólo se trata de vivir, esa es la historia…”. Y al tema de Fito Páez (que curiosamente esta noche toca unas cuadras mas abajo en el Luna),  le siguen los versos del Gato Pérez. Música y palabras encadenadas en un diálogo inédito y profundo. El cantante y los músicos forzando la máquina y jugándose la vida. Baglietto y Garré expresando lo que sienten, conectando con la gente. Melodías eternas porque sencillamente como declara la canción, estos dos cantantes nos han brindado trozos de sí mismos, a los que ahora bailamos de pie frente a los asientos, en los pasillos, solos o con los compañeros.



En la vida “se pierde pero se gana”, lo importante es avanzar siempre, sin detenerse. El movimiento confirma la apuesta, que es bellísima y se multiplica en pantallas gigantes. La presencia en el sonido de Lito Vitale un verdadero lujo que suma. Apuesta que cierra como aquella ocasión, las manos juntas y en alto, el corazón iluminado, la voz extendida al infinito en aquel “cantar, cantar, cantar, con la necesidad de la primera vez…” 


Aunque hoy todo sea diferente, se me ocurre que, quizás, cada melodía ha recuperado amorosamente un pedacito de la canción del alma de los que estamos allí. Y nos invita a seguir componiendo nuestra propia canción. Porque si sólo se trata de vivir, como dice Fito Páez en los labios de estos músicos que ahora todos aplauden de pié y a rabiar, “a lo mejor resulta bien...

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